miércoles, 25 de marzo de 2020

Carlos Astrada


Carlos Astrada
 (1895 - 1970)

Nació en Córdoba. Participó activamente en la Reforma Universitaria de 1918 y hacia 1920 desarrolló una experiencia pedagógica en la Universidad de la Plata. En 1921 inicia su amistad con Luis Juan Guerrero y con Coriolano Alberini. 
En 1922 escribe "La esfinge y la sombra" que aparece en la Revista Nosotros como "Diálogo de sombras", trabajo que será recuperado para su publicación en la primera sección del libro Temporalidad bajo el signo del Fugit Tempus.
Regresa a Córdoba y  es nombrado Director de Publicaciones en la Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, cargo que ocupará hasta su viaje a Alemania en 1927. 
El ensayo El problema epistemológico en la filosofía actual, escrito en 1927, le posibilitó obtener una beca de perfeccionamiento para desarrollar en Europa. A fines de junio de ese año Astrada se instala en Colonia y durante el semestre de invierno 1927-28 asiste a las lecciones sobre Antropología filosófica, Introducción a la filosofía y Filosofía del presente de Max Scheler, Nicolai Hartmann y Helmuth Plessner. Tras la muerte de Scheler asiste a cursos de Heidegger y al seminario de Introducción a la Fenomenología que imparte Edmund Husserl, con quien entabla amistad. 
Regresa al país en 1931 y en 1932 se desempeña en Rosario como Director de Cursos y Conferencias en la Universidad Nacional del Litoral. 
En 1936 es nombrado Profesor Adjunto en Historia de la filosofía moderna y contemporánea de la Universidad de Buenos Aires y en 1937 queda a cargo de Ética en la Universidad de La Plata. En 1947 es Prof. Titular de Gnoseología y Metafísica en la Universidad de Buenos Aires, sucediendo a Alejandro Korn y a Francisco Romero.
Carlos Astrada dirigió el Instituto de Filosofía y fundó la Revista Cuadernos de Filosofía
Participó activamente en la organización del Primer Congreso Nacional de Filosofía, realizado en Mendoza en 1949. 

En el video se reconstruye parte de su itinerario biográfico y algunas de sus propuestas filosóficas  

miércoles, 24 de abril de 2019

 ¡Sombra terrible de Facundo!

¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tu posees el secreto: ¡revélanoslo! Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: "¡No; no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá! ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento: su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema, efecto y fin. 

Sarmiento, Introducción al Facundo



Facundo y los orígenes de la semiótica en América Latina - Arturo Roig

La realidad social, como hecho conflictivo, se pone de manifiesto en un complejo mundo de contrarios a lo largo de las páginas del Facundo: ciudad-campaña; campaña-desierto; civilización-barbarie; barbarie-salvajismo; frac-chiripá; rojo-azul; movimiento-inercia; vida-muerte; circularidad-linealidad; caballería-infantería; materia-inteligencia; ciudad del interior-ciudad portuaria; en fin, pasado-futuro y tantas otras. Y a su vez estos contrarios se expresan a través de sus símbolos o son directamente símbolos. Podríamos considerar al Facundo -sin peligro de error- como un intento de crear una simbólica o de retomar ciertos símbolos ya dados y darles vida dentro de un "sistema". El mismo Sarmiento lo declara abiertamente, cuando nos dice que "quiere explicar las cosas por sus símbolos".
Para una lectura de «Facundo», de Domingo F. Sarmiento - Noé Jitrik

Doble es la importancia que tiene el Facundo en la cultura argentina: por un lado, tiene importancia ideológica; por el otro, literaria. Es evidente que, en la primera de sus vertientes, sus tesis y aun sus fórmulas están incorporadas a toda una línea de pensamiento, el liberalismo, que ha dado la estructura mental al país; en el otro campo, ya no se discute tampoco que, hasta la aparición de Martí, no hay escritura como la suya en toda el área hispánica durante el siglo XIX, una escritura que, como la de Martí es creación, es expresión, es posibilidad.

En virtud de estas dos consideraciones se comprende muy bien la oportunidad de una nueva lectura: si se quiere considerar críticamente el pasado argentino así como la evolución ideológico-política que se ha operado en el país, si se quiere reconocer uno de los momentos iniciales y de gestación de un lenguaje argentino -que es la forma argentina de entenderse- la lectura del Facundo es indispensable, como lo es la de Martín Fierro, la de Mansilla, la de Sánchez, Quiroga, Gálvez y Borges. Pero una lectura crítica: décadas de endiosamiento liberal han sacralizado ese texto y lo han matado; décadas de imperio social, intelectual y político han querido impedir el examen de lo que dice y de lo que deja de decir y, sobre todo, de lo que en cada mentalidad argentina es repetición de sus fórmulas. Y bien, creo que corresponde enfrentarse con la sacralidad, cuyos diversos rostros son las maneras más o menos institucionalizadas de negar lo que realmente puede significar y haber significado un texto como éste en la vida activa de una sociedad.

Sarmiento, profeta terrible

Entre las innumerables lecturas del Facundo, pródigas en erudición o en controversia, la de Borges supo cifrar -el verbo le corresponde- la concisión argumental con la verdad profunda. En El otro, el mismo (1964), hay un poema suyo sobre Sarmiento que pone en escena un drama fundamental de la configuración de la Argentina. Sarmiento, evocaba Borges, escribía para salvarnos. Diez años más tarde, en un prólogo al Facundo, Borges quiere canonizar a Sarmiento, esta vez, aludiendo al núcleo trágico del texto. Sugiere que la suerge fatídica de Juan Facundo Quiroga en Barranca Yaco -que ya había cantado en su juventud- entraña una parábola última sobre la providencia del futuro de las pampas. Al desenlace bélico de Facundo, víctima de Rosas, corresponde el anuncio de la grande Argentina. Pero antes hay que desentrañar el enigma de la Esfinge, y aceptar -legitimar- la ulterior sangre derramada.
Bien sabe Borges que la escritura de Facundo no concierne sólo a un puesto discutido o evidente en el canon letrado de la patria, sino a una inflexión determinante en el horizonte de expectativas utópicas fundacionales de la República. Pues su realización exige la conjuración de un drama originario: la guerra entre civilización y barbarie. Fórmula que no expresa, según la consigna consabida, un puro dualismo histórico-antropológico, sino más bien la escena primitiva de un mito trágico. Facundo es el héroe de final funesto cuya alegoría de destino depara el sentido mismo de la construcción política de la nación. Borges vio que el Facundo no sólo escribía la lengua deseada de la patria, sino también una literatura de Estado.
Sarmiento no ha muerto porque nos sigue soñando. Es lo que había escrito Borges en su poema. Su oda no olvida ni al patriota desprendido, conveniente al mito, ni al profeta histórico, conveniente a la política. Sarmiento, "el testigo de la patria", es quien "ve", nos dice Borges, "nuestra infamia y nuestra gloria". Sarmiento, canta Borges, "es alguien que sigue odiando, amando y combatiendo". Porque debemos comprender que su "obstinado/Amor quiere salvarnos". Pues si Sarmiento "no ha muerto", es porque sigue rigiéndonos "su larga visión" temporal. Es que Sarmiento el soñador sigue soñándonos."
Gerardo Oviedo